20 de enero de 2011

Hipocresía.

Camina con la cabeza bien alta, ignorando tu pasado, deseando tu futuro y despreciando el presente. Busca refugio en tus excusas, y excusas en palabras vacías o inexistentes. Maquilla todos tus gestos para que nadie los pueda sentir.
Olvida, oblígate a olvidar y deshazte de todos tus recuerdos, que yo me quedaré con los míos.
Y así como los buenos momentos se hacen esperar, los malos siempre tardan en irse.

19 de enero de 2011

Ne m'oubliez pas














Grita,
con todas tus fuerzas, para que hasta los que intenten hacerse los sordos te puedan escuchar. Grita por tu libertad y por tus derechos, por el amor, por las ganas de vivir. Grita porque quieres volver a ser esa niña pequeña que nunca se paraba a pensar en nada de lo que hacía. Desgárrate la garganta con palabras que ataquen al corazón. Grita para poder expresar lo que sientes, ya que no puedes contarlo. Grita porque quieres que el mundo entero sepa lo feliz que eres.
Pero en cada grito que des, recuerda que detrás de él hay más de una persona que te ha ayudado a poder gritar. Y tú, desconsiderado, egoísta, les gritas al oído para regodearte y después hacer como si nada hubiera ocurrido. Pero sabes que hay cosas que no se pueden olvidar, y que esos ojos a los que miraste sabiendo que podías confiar en ellos no van a cambiar por mucho tiempo que pase.
Grítame lo que tengas que gritarme, pero grítamelo antes de que sea demasiado tarde.

16 de enero de 2011

Una dosis de egocentrismo


Es curioso como la gran mayoría de las personas se sienten movidas a agradecer todo aquello que haces por ellas, por mínimos detalles que sean. Cada uno a su manera, ya sean pequeños gestos o grandes sorpresas. Pero todos son egoístas, lo quieran o no. Todos consiguen ser egocéntricos y mirar para sí mismos en algún momento. Paran el mundo que gira a su alrededor en medio de su ombligo, lo cogen con dos dedos y lo observan con menosprecio. Y ahí, justo hacia donde apunta su mirada, estoy yo. En el centro de un bucle sin fin en el que no sé exactamente cómo he llegado a parar. Pero todo tiene su explicación, y es que no tengo el suficiente valor como para enfrentarme a mí misma. Desconozco cada parte de mi interior y me da pánico rebuscar por lo que pueda encontrarme. Por eso para entenderme yo misma, primero tengo que dejar que me entiendan, hacer como una esponja y absorber todo lo bueno y lo malo de los demás. Olvidarme de mí mientras los demás estén bien.
El problema es que todo tiene un límte y, aunque yo todavía no haya conseguido encontrar el mío, algún día probablemente estalle. O quizás no, quién sabe. Últimamente soy muy dada a aferrarme a todo lo que consigue hacerme sonreír para así olvidarme de lo que me mata por dentro. La gente que me rodea me mira con caras de asombro o espanto, a veces incluso pena. Sienten que he escogido el camino equivocado, y quizás no estén tan confundidos, pero nunca me ha gustado tener una ruta establecida. Hace ya mucho tiempo que me perdí y dudo que pueda llegar a encontrarme del todo. Pero es divertido deambular por entre las vidas de la gente como si fueran la tuya misma. Es divertido, y me hace feliz.

15 de enero de 2011

Cacharro de corazón

El corazón es un músculo, en mayor o menor medida, fuerte. Pero, en cualquier caso, existe una proporción matemática entre el aguante y el dolor. Cuanto más acostumbrada esté una persona a recibir golpes duros, más aguante tendrá su corazón. Sin embargo, cuantos menos golpes haya recibido, antes caerá.
Hace un poco más de un día estaba tumbada en el suelo, boca arriba, con el peso del amor sobre mí y las lágrimas brotando no se sabe si de felicidad o de alegría, pero tenían un regusto amargo. El regusto del desengaño, de los estragos del alcohol, de la injusticia de no poder recordarlo todo tal como quisieras. Pero no podía moverme. Mis piernas no me hacían caso porque habían caído rendidas al hechizo del corazón y a lo testarudo de mi cabeza. Y, por otra parte, tampoco quería moverme. Habría pasado días enteros, años, en esa perfecta imagen tan frágil y tan dulce a la vez. Esa imagen que, a pesar de que sé que me hace daño, a la vez me da fuerzas para seguir adelante.
Mi corazón está forjado con injusticias, lágrimas y desengaños; pero por dentro está repleto de alegría. Alegría que sale lentamente, que se cocina a fuego lento con la esperanza de no quemarse.
El problema es que no todo puede retenerse demasiado tiempo, y el día que explote seré incapaz de recomponerme. Hasta entonces, buscar excusas para sonreír es lo único que me queda.