10 de abril de 2011

Inocente ignorancia.


Supongo que siempre queda la opción de darle la espalda a todos los problemas cuando vienen en avalancha. Hacerse una pelota para que te pasen por encima sin apenas fijarse en ti, y apretarte con fuerza contra las rodillas, no vaya a ser que se escape algo de lo bueno que llevas dentro.
Después, muy despacito, puedes ir asomando la cabeza. Entonces, a lo lejos, puedes ver dos cosas: tu perdición o tu única alternativa. Si aparecen todos aquellos que te hacen mirar en tu interior solo para ver lo estúpida y desgraciada que eres, puedes volver a agachar la cabeza. Si, por el contrario, aparecen esos pocos que saben realmente apreciar la diferencia y se empeñan en hacerte creer que eres muy afortunada y que puedes llegar a ser muy feliz; entonces levántate poco a poco, muy despacito, y empieza a andar impregnando el suelo de seguridad y orgullo.
Si sólo puedes transmitir debilidades e indecisiones, es mejor que ni te molestes en huir de los problemas. Cuanto antes te lleven por delante, mejor. A los inocentes no les merece la pena tanto esfuerzo.

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